Podrán derrumbarlo muchas veces, pero los seres humanos vuelven al muro a reencontrarse con sus traiciones del alma... en una constante contradicción de su condición natural al menos, hasta que finalmente se sientan libres (más tarde o más temprano según la situación). Mientras tanto allí esta ella con su silueta envuelta en una suave vestimenta que oculta su cuerpo desnudo, la fruta perfecta de la tentación; él y sus ojos se desviven por saborearla; ellos, y su hambre de niños desnutridos, están en la otra punta de la escena. Si algo demostró hasta aquí Roger Waters en la Argentina es que la necesidad del grito "¡STOP!" es parte inherente de nuestra condición humana; por eso tanta atracción por vencer el muro, cruzarlo, derribarlo; destruirlo.
A lo largo del show, ese maldito muro se vuelve medio bendito toda vez que nos muestra las miserias humanas, y como a traves de ciertos signos (como bombas cayendo desde los aviones los signos religiosos, los símbolos políticos y los fascistas, las marcas como mc donalds o mercedes benz, o capítalismo escrito con la letra de coca-cola, o todo lo que financia cualquier guerra) lo que parece inocente puede ser parte del salvaje capitalismo. Hasta que al final comprendemos nuestra contemporaneidad y, vencidos en una reflexión no inútil pero metafórica y superadora, nos fortalecemos por el motor de esa extraordinaria música que ofrece The Wall, convocándonos una vez más, como cuando éramos adolescentes y la contactámos por primera vez; quizás acercándola o confrontándola con nuestros ideales, y nuestras utopías. Si hasta parece "tan loco todo, tan crazy, tan fuera de remate..."
Y Roger Waters dedica el cuarto show de su imponente ópera rock a las Madres de Plaza de Mayo, y a ese hombrecito lúcido y frágil que fuera nuestro Ernesto Sabato, y sus luchas con la CONADEP por los desaparecidos del proceso militar 1976-1983; el que objetara con firmeza el NUNCA MÁS.
En breve, The Wall se levanta, y comienza a recorrer pasado, presente y futuro mundial. Todo se proyecta sobre ese muro, bajo escenas tecnológicamente atrapantes, fabulosas, igual que el sonido desde todos los rincones del Estadio River Plate. Impregna, enrolla, fascina, sorprende, emociona. Quizás por todo eso consigue que el deseo inconciente de los espectadores sea verlo desmoronarse... pero falta mucho, "Goodbye" cierra la primera parte, llega el intervalo por unos minutos. La lluvia no importa.
Luego del intermedio la obra vuelve a sacudir los sentidos. Imagenes clásicas de la película se entremezclan una vez más con renovados conceptos que no hacen más que demostrar la fortaleza y la vigencia de The Wall, tan cercana a nuestra historia, a nuestras vidas, a la humanidad toda. Queremos enmendar, reconocer errores y corregir; podemos poco o mucho según midamos nuestros esfuerzos desde el lugar que nos toque; vencer el muro, vencer nuestros muros individuales, ahogar unos gritos, rescatar otros alaridos, bajo un ensordecedor reclamo de libertad auténtica, real, ¿utópica?... destruir "el gordo jabalí" de nuestras ambiciones o quedarnos con un pedazo de él, en otro absurdo gesto humano.
La experiencia The Wall Live es tan fantástica, que quien viera el rompimiento del Perito Moreno en la Tecnópolis kirchnerista se dá cuenta que aquella no era más que una broma Argentina (NdR:estuve allí y no sentí ni frío ni me sorprendió en absoluto). The Wall es fantástico y real porque la vida late a la par de nuestras experiencias como ciudadanos del mundo. Es una monstruosidad contra el mundo material que no logra llenar los espacios vacíos del ser humano y contra el salvaje capitalismo aunque, desde adentro yá (paradójicamente) del mismo sistema. De eso nos damos cuenta, no es el film de los '80, es el trinfo de lo criticado, lo que para ser calmado debe "destruirse"; precisamente The Wall es acaso el lugar a dónde ha llegado esta demoledora excusa que nos convoca. De hecho hay dos puntos inherentes de análisis: 1- ¿qué hará Roger Waters con tanta recaudación de este muro?; ¿habrá parte de ello con fines solidarios?; ¿o irá todo a su bolsillo y a la maquinaria que lo trajo?. Las entradas más caras costaban $ 2100.
2- Otro punto fuerte de la puesta en escena es que los que pagaron las entradas má caras no pudieron apreciar por lo general tan completamente el show como sí lo hicieron quienes lo vieron de sectores más alejados. Eso indica justicia de una vez por todas con aquellos que acuden con la misma o mayor intensidad que los ricos de siempre que, desde que se inventó el campo vip, este es atestado por curiosos, acomodados, invitados especiales, etc, que en ocasiones sólo quieren figurar.
Así esta pasando The Wall por la Argentina, 9 shows, más de 400000 espectadores, como una proyección interior en medio de un interminable collage de nuestra contemporaneidad, y como un desafío permanente en nuestras mentes... pero especialmente, para el placer de nuestros oídos, recreando la parte de una historia llamada Pink Floyd.
- LUIS ALBERTO MARTINEZ-